Ante el estudiante, un coche pasó
rápidamente, pero él pudo entrever en su interior un bellísimo rostro
femenino. Al día siguiente, a la misma hora, volvió a cruzar ante él y
también atisbó la sombra clara del rostro entre los pliegues oscuros de
un velo. El estudiante se preguntó quién era. Esperó al otro día, atento
en el borde de la acera, y vio avanzar el coche con su caballo al trote
y esta vez distinguió mejor a la mujer de grandes ojos claros que
posaron en él su mirada.
Cada día el estudiante aguardaba el
coche, intrigado y presa de la esperanza: cada vez la mujer le parecía
más bella. Y, desde el fondo del coche, le sonrió y él tembló de pasión y
todo ya perdió importancia, clases y profesores: sólo esperaría aquella
hora en la que el coche cruzaba ante su puerta.
Y al fin vio lo que anhelaba: la mujer
le saludó con un movimiento de la mano que apareció un instante a la
altura de la boca sonriente, y entonces él siguió al coche, andando muy
deprisa, yendo detrás por calles y plazas, sin perder de vista su caja
bamboleante que se ocultaba al doblar una esquina y reaparecía al cruzar
un puente.
Anduvo mucho tiempo y a veces sentía un
gran cansancio, o bien, muy animoso, planeaba la conversación que
sostendría con ella. Le pareció que pasaba por los mismos sitios, las
mismas avenidas con nieblas, con sol o lluvias, de día o de noche, pero
él seguía obstinado, seguro de alcanzarla, indiferente a inviernos o
veranos.
Tras un largo trayecto interminable, en
un lejano barrio, el coche finalmente se detuvo y él se aproximó con
pasos vacilantes y cansados, aunque iba apoyado en un bastón. Con
esfuerzo abrió la portezuela y dentro no había nadie.
Únicamente vio sobre el asiento de hule
una rosa encarnada, húmeda y fresca. La cogió con su mano sarmentosa y
aspiró el tenue aroma de la ilusión nunca conseguida.
"Un relato muy corto que nos recuerda como aveces perseguimos un sueño que no pasa de ser una fantasía "
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